Entrevistamos a Miquel Silvestre, viajero que ha recorrido en moto buena parte del planeta dando testimonio de ello en sus numerosos libros y programas de TV.
Podríamos definir a Miquel Silvestre de multitud de maneras: motero, viajero, blogger, conferenciante o escritor, sólo por citar algunas. Sin embargo, Miquel Silvestre es sobre todo un aventurero que lleva años recorriendo el mundo en moto. Una pasión por viajar que ha ido acompañada por una pasión por escribir. Viajar y contarlo: es eso lo que ha venido haciendo con la publicación de libros como La emoción del nómada, Un millón de piedras o La fuga del náufrago. En este sentido, tal vez la mejor definición de Miquel Silvestre es la que a él le gusta repetir: un escritor que viaja en moto.
Actualmente lo puedes ver en La 2 de TVE con su serie Diario de un Nómada, y seguir en su blog y su web personal. De todo esto, de sus libros, experiencias y kilómetros a las espaldas, hemos querido hablar en El Magazine del Viajero.
Miquel, antes trabajabas como registrador de la propiedad. Un empleo seguro, para muchos un punto de llegada en la vida. Sin embargo, un buen día decidiste que aquello no era más que un punto de partida, por lo que te subiste a una moto y te pusiste el mundo por montera. ¿Cómo fue ese momento en el que decides abandonar un tipo de vida estable y lanzarte a recorrer continentes?
No lo decidí así. Ni por asomo se me pasó por la cabeza dejar el despacho para dar la vuelta al mundo en moto o actualizar gratuitamente un blog. Se trataba solo de escribir un libro. Iba a ser un año sabático dedicado exclusivamente a crear una gran novela, la mejor que hubiera escrito nunca. Pensé que mientras aparecía en mi mente el argumento para mi gran novela, podría invertir parte de mi año sabático en viajar sobre una motocicleta y escribir sobre viajes. Me lo tomé como un entrenamiento de la pluma mientras me llegaba la inspiración.
Lo primero que hice fue irme a Irlanda en moto. Cuando informé a algunos amigos de que me había ido Eire, recibí un e-mail el escritor Fernando Martínez Laínez. Su consejo era que buscara las tumbas de la Armada Invencible. Reconozco que aquello me sonó a Chino pero me causó curiosidad. Investigué y de pronto me topé con la asombrosa historia de la Armada Invencible en Irlanda y sobre todo del capitán de Cuéllar, un superviviente que pasó allí siete meses escapando a salto de mata de los soldados ingleses. Cuando se puso a salvo en Flandes escribió una carta contando su peripecia. Seguí esa huella y encontré un tema apasionante: el viaje en moto como experiencia personal y el rastro de la historia olvidada por la desidia y los complejos españoles.
El resultado fue un reportaje en el que contaba las dos historias entremezcladas, la de mí búsqueda personal en moto y la de los náufragos. Tres páginas a todo color en el cuadernillo central de ABC en 2008. Al leerlo publicado me di cuenta de que había dado con lo que todo escritor busca: su propio camino. Creo haber sido el primer autor moderno en hablar de Cuéllar y sus desventuras; luego lo harían muchos más, como Javier Reverte, José Luis Gil Soto, Pérez Reverte y el propio Martínez Laínez. Aquello fue muy ilustrativo. Comprendí entonces que un modo de enriquecer el relato de un viajero era realizando las travesías por sus propios medios, sin depender de transportes públicos, experimentando la gran aventura de cruzar los continentes poco a poco, en un vehículo escueto, desnudo y además haciéndolo ligero de equipaje.
Y así fue como uní mi fiebre escritora a la icónica estampa de la imagen más perfecta que hemos construido de la libertad: la motocicleta. Reconozco que también valoré si tal vez ese medio de transporte me encerraría en un arquetipo para el público general, si me mirarían con desdén como diciendo “bah, un motero”. Era un riesgo, pero para decidir el camino correcto a seguir, me hice una sencilla pregunta “¿si Kapucinsky hubiera viajado en moto por África, sería Ébano mejor o peor libro?” No sé si mejor, pero de lo que estoy seguro es de que nunca sería peor.
¿Por qué en moto? ¿Por qué solo?
Libros y motos están mezclados en mi infancia de modo indistinguible. Fui un niño lector que no jugaba al fútbol porque prefería quedarse leyendo. También fui un niño motorista. Tuve mi primera moto a los ocho años. Una preciosa Montesa Cota 25 de color rojo que me regaló mi padre. En aquella época había dos modelos infantiles de fabricación nacional: la Montesa y la Bultaco Lobito. Siempre fui montesista desde entonces. Casi todos los grandes pilotos de mi generación aprendieron a montar en una igual. Pero yo soy muy mal piloto, por eso siempre viajo despacio. Tras aquella miniatura tendría que esperar hasta los veinte años para conseguir una Yamaha XT 350. Aquella trail me dio algunos de los mejores momentos de mi juventud. La vieja nacional III la recorrí muchísimas veces para ir a ver a Susana, mi novia de la veintena. Ella estudiaba en Valencia y yo en Madrid.
Con esa motocicleta mono-cilíndrica descubrí el adictivo sabor de la libertad. Cuando con veintidós años hacía servicio militar obligatorio, la imagen recurrente que aparecía en mis sueños de escapada era una larga carretera, el sonido del motor de la Yamaha y el largo y rizado cabello de Susana flameando tras ella como la estela de un cometa rubio. Mi padre siempre tuvo motos. Las motos estuvieron ahí de modo natural, sin darles importancia. Para mí las motocicletas formaban parte del paisaje sin atribuirles un valor específico de objeto tribal. Jamás tuve que engañar o convencer a mi madre para que me dejara montar. Mi padre me enseñó a disfrutar de las motos, a no temerlas ni tampoco a adorarlas. Me llevó hasta ellas de un modo no asociativo o gregario.
Nunca fue un motero, sino un motorista. Un caballero solitario en su chupa de cuero negro. Y así fui yo. Siempre evité las concentraciones y salidas en grupo. De mis amigos, yo era el único que montaba en moto. No creía tener nada en común con nadie solo porque ambos usáramos el mismo tipo de vehículo. Para mí las motocicletas siempre fueron herramientas para alejarme de la manada. Nunca para acercarme a una, cualquiera que esta fuera.
Suele decirse que los viajes-aventura como los tuyos son también un aprendizaje. Un proceso en el que adquirimos o desechamos ideas de la misma manera que se anda o desanda un camino. ¿Cuál es la cosa más importante que aprendiste en tus aventuras? ¿Y la creencia que traías puesta de casa que comprobaste que era un prejuicio?
Lo primero que comprobé es que lo que yo creía que era lo normal no lo era. Los occidentales creemos que el mundo es Europa y Estados Unidos, que eso es el fiel de la balanza, la medida de todas las cosas. Pero no lo es. El 80% de la población es pobre. O mejor dicho, es normal. Lo que nosotros consideramos pobreza es la normalidad del mundo. Nosotros creemos que nuestro exceso de confort es lo normal, pero es una anomalía. El resto mayoritario de la humanidad vive en condiciones que se nos harían intolerables. Pero ese es nuestro problema, que nos hemos hecho demasiado blandos. Y demasiado temerosos. Ese fue el segundo prejuicio que cayó. El temor a los demás, especialmente si viven en países pobres.
Estamos acostumbrados a pensar que los pobres suelen ser criminales. Y es cierto que la pobreza es una causa del crimen, pero no necesaria. El antídoto del crimen es la solidez de las convicciones morales y también, por qué negarlo, de las creencias religiosas. Los pobres del mundo no son criminales, muy al contrario, en proporción son bastante más honrados que los habitantes del primer mundo porque desconocen el nihilismo egoísta, porque mayoritariamente creen en algún dios, respetan la moral social, están educados en valores sencillos pero firmes, y están acostumbrados a ayudarse unos a otros.
Viajar en las condiciones que has escogido para hacerlo provoca que el viaje no sea sólo un itinerario exterior sino también un intenso recorrido interior. ¿Cuál ha sido la experiencia más intensa desde el punto de vista mental que has vivido?
Mi conversión al cristianismo, desde un modo no militante, no muy teológicamente ortodoxo, pero sí real. Eso está contado en un libro llamado La emoción del nómada. Como es algo complejo para explicarlo en una entrevista, ahí lo dejo. El que tenga interés en conocer qué me pasó, puede pedirme el libro y quien pase de los temas metafísicos puede ir directamente a la siguiente pregunta.
¿Y cuál fue la situación en la que te dijiste “de esta no salgo”?
Ha habido algunas. No demasiadas, pero recuerdo haberme quedado sin agua y con la moto encallada en arena en La costa de los esqueletos en Namibia, haber enfermado en Sudáfrica y no saber exactamente si era grave o no, o cuando más miedo he pasado, que fue en Mauritania en 2009. Me quede sin gasolina justo en la zona donde habían secuestrado a tres españoles. Pensé que podía pasarme lo mismo, afortunadamente pude salir con algo de ingenio y agilidad de reflejos. De nuevo, está contado en un libro, el título es Un millón de piedras, por si alguien tiene interés.
Algo interesante de tus viajes es que buena parte de ellos han estado inspirados en personajes españoles del pasado que se distinguieron por su espíritu aventurero y explorador. Francisco de Cuéllar, González de Clavijo o Emilio Bonelli son algunos de ellos. Por desgracia, no todos son suficientemente bien conocidos en nuestro país, por lo que tanto tus libros como tus programas de TV tienen un importante componente divulgativo. ¿De cuál de tus viajes, en este sentido, te sientes más satisfecho?
De mi vuelta al mundo en solitario, llamada Ruta Exploradores Olvidados. 2011-2012. Una gran aventura personal que me hizo ser el primer y único español que ha llegado en moto a Filipinas. Para mí fue un viaje importante además porque lo filmé en vídeo, lo subí a Youtube y esas películas cortas fueron las que vieron en TVE y les convencieron para proponerme hacer la serie Diario de un Nómada.
En más de una ocasión has afirmado que no eres un motero, sino un escritor que viaja en moto. Sólo en narrativa de viajes has escrito 7 libros, aunque también has publicado, y no poco, en otros géneros. Parece que existe una íntima relación entre viaje y literatura. ¿De qué manera ha influido tu pasión por la literatura en tu pasión por viajar, y viceversa?
En el fondo, todo se resume a escribir. A mi afán, pasión y necesidad de escribir. No puedo renunciar a ello del mismo modo que no podría renunciar a respirar. Por eso salgo otra vez rumbo al Cáucaso. No tanto para hacer una serie de televisión, algo simplemente divertido, sino para escribir un nuevo libro. Porque lo que necesito es escribir de lo que mejor sé: de la realidad observada con los ojos de un extranjero para apreciar con la distancia del intruso lo que de diferencial tenga cada país o sociedad.
No es un empeño nuevo. Muchos otros lo han hecho antes que yo con extraordinario acierto, como los que quizá sean mis dos principales referencias: Josep Pla y Ryszard Kapuscinski. No están solo ellos. La lista de escritores de viajes desde Jenofonte hasta hoy en día es larguísima. Lo único peculiar en mi carrera como escritor es que la he hecho sobre una motocicleta. No he viajado en moto nunca solo por viajar en moto; lo he hecho para sobre escribir historias interesantes que me ofreciera la vida contemplada desde el mejor balcón al mundo que conozco.
Empezaste como aventurero en moto y, tras multitud de libros, conferencias, vídeos, programas de TV y seguidores en redes, eres lo que en tus propias palabras has denominado como “aventurero profesional”. ¿Crees que se pierde algo importante en ese tránsito entre el aventurero a secas y el aventurero profesional?
Se pierde pero se gana. Lo que no tendría sentido sería empezar directamente como viajero profesional o queriendo serlo. Quien empieza su primera viaje creando un blog para contarlo creo que se pierde la experiencia personal del viaje íntimo que nos cambia como personas. Pero una vez se ha vivido, resulta fabuloso profesionalizarse porque vivir viajando es un privilegio. Es cierto que ahora ha cambiado radicalmente mi forma de viajar con respecto a mis primeras aventuras en solitario.
La principal diferencia que encuentro es que cada nuevo viaje está siendo observado de cerca y en directo por una colectividad indeterminada, una nebulosa llamada la Red, que igual puede ser mi antiguo compañero de colegio, una ex novia, un pariente lejano, algún enemigo visceral o un tipo que pasa por allí y clica casualmente en el link de mi web. Antes yo me iba de parranda por ahí y a la vuelta lo contaba. Vivía el proceso interno de cambio personal mientras tomaba notas en mi libreta moleskine y en mi ordenador. No usaba redes sociales, ni siquiera filmaba vídeos. Todo lo vivía internamente, sin compartirlo con nadie más que mis cuadernos. Esas experiencias cambiaron mi vida definitivamente.
Aprendí que yo era capaz de muchas más cosas de las que creía. Ahora todavía no me he ido y ya estoy contando hasta los últimos detalles de mis primeros cien kilómetros. Esto es algo que todavía me desconcierta. No negaré que a veces también me incomoda. Pero no puedo quejarme porque yo me lo he buscado. Y además, porque también supone profundas satisfacciones.
Hacer una serie de televisión es una de las cosas más divertidas y apasionantes que me han pasado. Es como escribir un libro con pedacitos de vida. Tengo el privilegio de que Diario de un Nómada es un proyecto completamente personal. No tengo un director que me diga como actuar, que decir o qué temas tratar. Yo consigo el dinero y yo controlo todo el proceso desde la planificación de la ruta al montaje de los capítulos.
Es cierto que echo de menos viajar en solitario, la libertad que supone, la introspección que se experimenta y la mayor apertura a los demás. Pero viajar acompañado por dos cámaras también ofrece una experiencia interesante, sobre todo cuando trabajo con gente mucho más joven e inexperta, pues su sorpresa ante lo que ven cuando dejan el mundo occidental me recuerda a la mía, me permite revivir la emoción sincera de las primeras veces.
¿Qué proyecto tienes ahora entre manos?
El más importante de todos: ser padre. Mi mujer está embarazada de 6 meses y vivimos con mucha ilusión, y miedo, lo que se nos viene encima.
Miquel, terminamos. ¿Qué viaje de los que has hecho volverías a repetir y por qué?
He repetido muchos viajes. De hecho Operación Ararat es un regreso a esa montaña siguiendo itinerarios que ya conozco. Está explicado en la serie y el libro por qué lo hago, pero básicamente es porque ahora puedo hacer buenos documentales que no podía ni sabía hacer cuando empecé a viajar y hay muchos lugares, paisajes, gentes e historias que merecían ese documental. Por eso he vuelto al Ararat y por eso acabo de regresar de Dakar, repitiendo un viaje que hice en 2009 y que marcó mi vida, para hacer mi última temporada de Diario de un Nómada donde comenzó el nómada que hoy soy y en parte dejo de ser: en África.
eres un fenomeno sacas lo mejor de cada situacion